La rueda del tiempo - nuevas alianzas by Robert Jordan

La rueda del tiempo - nuevas alianzas by Robert Jordan

autor:Robert Jordan [Jordan, Robert]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: - Divers
publicado: 2009-12-12T20:56:44+00:00


CAPÍTULO 10

El momento de las armas

Doce leguas al este de Ebou Dar, los raken planeaban en el amanecer de un cielo surcado de nubes, para aterrizar sobre un llano alargado, señalado como el campo de los voladores con cintas de colores en lo alto de largos palos. La hierba reseca se hallaba pisoteada y roturada desde hacía días. Toda la gracia de las criaturas en el aire desaparecía tan pronto como sus garras tocaban el suelo en una carrera torpe, manteniendo en alto los correosos remos de treinta pasos o más de envergadura, como si el animal quisiera alzar de nuevo el vuelo. Tampoco había belleza alguna en la imagen de un raken lanzado a una desmañada carrera por el campo y batiendo las alas nervadas, con los voladores agachados sobre la silla como para levantar a la bestia en el aire por pura fuerza, hasta que finalmente se alzaban en el aire a trancas y barrancas, con las puntas de las alas casi rozando las copas de los olivos que crecían al final del campo. Sólo a medida que ganaban altura y giraban en dirección al sol, remontándose hacia las nubes, los raken recuperaban su magnífica grandiosidad. Los voladores que aterrizaban no se molestaban en desmontar. Mientras una de las personas que prestaban servicios en tierra sostenía un cesto en alto para que el raken engullera enteras las frutas arrugadas con pasmosa rapidez, uno de los voladores entregaba su informe de reconocimiento a otra persona del servicio en tierra de más rango, y su compañero se inclinaba por el lado contrario para recibir nuevas órdenes de manos de un volador demasiado veterano para montar las bestias a menudo. De ese modo, casi inmediatamente después de haberse parado en el suelo, se hacía dar media vuelta al raken y se lo dirigía, caminando patosamente, hacia donde otros cuatro o cinco esperaban su turno para realizar aquella larga y desgarbada carrera hacia el cielo. A galope tendido, esquivando formaciones de caballería e infantería en movimiento, los mensajeros llevaban los informes de reconocimiento en vuelo hasta la enorme tienda de mando, sobre la que ondeaba la bandera roja. Había altivos taraboneses lanceros e impasibles piqueros amadicienses en perfectas formaciones cuadradas, los petos con rayas horizontales de los colores de los regimientos a los que pertenecían. Los hombres de la caballería ligera altaranesa, agrupados desordenadamente, hacían cabriolear sus monturas, vanagloriándose de las franjas rojas que cruzaban en zigzag sus pechos, tan distintas a los indicativos que llevaban todos los demás. Los altaraneses ignoraban que esas franjas señalaban a las tropas irregulares de dudosa fiabilidad. Entre los soldados seanchan, tenían representación los regimientos de renombre distinguidos por dignidad y honor, procedentes de todos los rincones del imperio: hombres de ojos claros de Alqam; hombres de piel dorada oscura de N'Kon; hombres negros como el carbón de Khoweal y Dalenshar. Había morat'torm sobre sus monturas sinuosas, de escamas broncíneas, que hacían resoplar y piafar de miedo a los caballos, e incluso unos cuantos morat'grolm con



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